Lo cierto, es que fue la necesidad de ayudar a un cliente lo que, en su día, me llevó a hacerlo. Me pidió un bizcocho sin grasas y que no tuviese colesterol. Recordé que, en una de mis colecciones de libros de cocina había visto un bizcocho que, posiblemente, me podía servir para él.
¡Así fue!
Originariamente, su sabor es de vainilla, pero, como podéis imaginar, no me he podido estar quieta. Así que, a día de hoy, lo vario añadiendo fruta lo que me permite cambiarle el sabor y darle ese aspecto amarmolado que le veis en la foto.
El que aparece en la foto lleva fresitas del bosque.
¿No os parece una opción dulce estupenda para aligerar los excesos de Navidad?


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